miércoles, 29 de julio de 2015

Análisis y evaluación de políticas (1): Apuesta por su institucionalización


¿Cómo saber si los gestores públicos  han sido buenos o no en su cometido? La respuesta hoy es muy fácil  y casi única; evaluándose la gestión de las políticas en los términos convencionales  a fecha de hoy, a pesar de las insuficiencias existentes.
¿Cómo saber si los políticos ha sido o no aptos para su cometido de dirección? También resultaría fácil recurriendo al análisis de las políticas, y en especial al diseño de las mismas.
¿Y si resulta que en el diseño de políticas lo que se entiende por interés general no está claramente relacionado con el bien común?   Por ejemplo al bien común no le afecta  positivamente participar en una guerra, permitir casinos, hacer obras faraónicas, cambiar hábitos, permitir instalaciones insalubres por interés comunitario.
Cabe preguntarse  igualmente si ¿podemos todavía confiar en que el partido en el gobierno tiene la legitimación para determinar que está o no conforme al interés general?.   La legitimación democrática puede amparar que una  ideología político-partidista  o de intereses de grupo  ha determinado sobre qué  o a quien se subvenciona, se invierte o se redistribuye lo anterior, y puede comprobarse que esa elección  ha sido desastrosa por perderse cotas de bienestar ya adquiridas o porque intereses extranjeros han acabado comprando las empresas locales, ante el debacle de las mismas.
Para evitar esta situación además de la legitimación institucional en términos democráticos existe otra basada en los resultados de la acción de gobierno, es decir si esta ha servido al bien común, del que eran garantes y administradores. Así surge la necesidad de las ciencias de políticas, para analizar y evaluar la bondad de las decisiones y los impactos de las mismas. Resulta de ello  un tiempo en el que  la ciencia debe juzgar a la política. Y en ello el análisis y evaluación de políticas, con sus deficiencias, es por el momento lo único de que dispone la Ciencia Política a tales fines. Pero esta tarea es muy difícil cuando no está institucionalizada  dicha acción analítica y/o evaluativa, fundamentalmente porque no existen estructuras teleológicas. Pensemos  en los directores de   estructuras complejas o unidades tomadoras de decisiones (DMU) que no son  conocedores  de las técnicas de gestión Pública y del análisis de la decisión pública. Tampoco está institucionalizada cuando no existen instituciones  estructuradas organiza y funcionalmente a tal fin y  con y estatuto  de  independencia y autoridad.
El análisis o evaluación  de la acción pública – que entendemos hic et nunc como equivalentes – sustentado en el   análisis de políticas, tiene por objeto investigar si los medios jurídicos, administrativos y financieros aplicados permiten lograr los efectos esperados de dichas políticas y la consecución de los objetivos asignados, según definición del Consejo científico de evaluación francés – Conseil National de l’Evaluation (CNE). Y como señala Garde hay institucionalización de la actividad evaluadora  cuando en el proceso político  se legitima un marco normativo adecuado para el desarrollo de la evaluación y con la inserción de estructuras e instancias en los distintos niveles político-administrativos de gobierno y según las distintas actividades o sectores a evaluar. Conlleva la  incorporación de la evaluación y sus resultados como prioridad de la agenda gubernamental y en los procesos de formación de políticas públicas y  exige  un modelo analítico permanente de resultados, conforme a  principios y valores sustentadores.
Para Ramio la evaluación será eficaz cuando se imponga legal y políticamente su exigencia, destinándose partida presupuestaria tal fin  y desde el control por parte de institución propia del poder legislativo.
Ciertamente es difícil que desde la dinámica política de hoy, sea el ejecutivo quien se controle así mismo o lo haga la Administración con  sus gestores. Tener un analista en el despacho de al lado es como llevar un guardia civil de copiloto, cuanto menos incómodo en lo ordinario, pero enormemente confortante en los momentos difíciles
 

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