miércoles, 1 de abril de 2015

¿Expectativas de cambio en la oferta política? (y 2)

Comenzando por la última  de las opiniones y por ser la más relevante para lo que vamos a sostener hay que mencionar que ayer mismo la prensa ofrecía un artículo  intitulado La fraudulenta superioridad de los economistas. En lo que nos que nos atañe nos interesa resaltar de su autor Moises Naim lo siguiente;  
 - La arrogancia de los economistas ha sido rigurosamente confirmada por una investigación publicada en The Journal of Economic Perspectives  en la que se revela que el 77% de los doctorandos en economía en  las más prestigiosas universidades de Estados Unidos piensa que ‘la economía es la ciencia social más científica’.  
-  Se afirma la  brecha entre lo poco que sabían y lo muy superiores que se sentían los economistas con respecto a otros científicos sociales como politólogos o sociólogos.
-  Se ha demostrado que una década después, y a pesar de la catastrófica crisis mundial que no fueron capaces de prevenir y sobre cuyas razones y soluciones aún debaten ferozmente, los economistas siguen creyendo que su ciencia es superior a todas las demás.
- Si bien hay incipientes intentos de recurrir a otras disciplinas para enriquecer sus teorías, la realidad es que los economistas estudian —y citan— predominantemente a sus colegas.
- La crisis económica que aún vive el mundo y la incapacidad de los economistas para ofrecer soluciones sobre las cuales hay un significativo consenso revela que su instrumental teórico necesita urgentemente una inyección de nuevas ideas, métodos y supuestos sobre la conducta humana.
 Hemos comenzado por esa descripción de la ciencia económica, porque nos parece que la sequedad de ideas que refleja la politología es en parte una consecuencia de lo que henos denunciado con anterioridad sobre la excesiva dependencia de la economía. No es que pensemos que se pueda hacer política sin economía, pero sí – como se ha hecho en otros momentos – pasar de ser un epifenómeno de la misma a lo más próximo a su opuesto. Y esto no es una quimera cuando incluso los representantes de las finanzas, han sostenido recientemente en el compromiso social de la riqueza.
La economía tiene muchos enfoques y desde el clásico aristotélico de distinguir  entre ésta y la crematística, ha habido momentos en los que la economía social ha sido eclipsada por al crematística individual, merced al respaldo el sistema político. Política, economía, sociología, psicología y antropología tienen un locus común sobre el que debatir; un nuevo concepto del bienestar social sobre el que reformular el Estado social.
La lectura de las comunicaciones acerca de  la Reforma del Estado, de desvela una relación en el mal funcionamiento del aspecto social, del jurídico-legislativo  y  la Gestión Pública  del Estado Social, que al menos en mi opinión, tendría su inicio de mediados de los ‘90. Ejemplo de progresos y apuestas políticas interesantes para la colectividad  pero inasumibles en determinados momentos es el consabido AVE, rechazado por  Reino Unido hace poco y con anterioridad por EEUU, cuando  el que fuera responsable del Departamento de Transportes, aseguró al ministro español de turno de la cartera de  Fomento, que su país no podía permitirse una inversión de este calibre. En contra, se ha argumentado que el AVE tenía la función política de la cohesión territorial, y talvez, también, velar por  el interés crematístico de algunos. Y así sucesivamente en otros ejemplos.
Pensando pues que la descripción científica es  acertada– no obstante la perspectiva ideológica de la botella -  y que la arquitectura institucional es ya obsoleta, no cabe  de momento  esperar cambios sustanciales en el sistema político-administrativo por parte de aquellos grupos que ahora forman parte de las expectativas electorales. Dicho de otra manera, no  es previsible a corto plazo un nuevo pacto social sobre el modelo de Estado, lo cual es plausible si no hay alternativas de mejora. Frente a ello seguiremos con ajustes incrementalistas/decrementalistas (vg. retirada o no de la asistencia sanitaria a inmigrantes irregulares) y seguir un larvado ajuste sobre las denominadas políticas sustanciales del mismo con un repliegue del Estado hacia sus funciones más tradicionales.
El aumento de las funciones administrativas explica la ampliación cuantitativa y cualitativa del Estado liberal de Derecho  y su paso, en un primer estadio al Estado Social de Derecho y luego, definitivamente al Estado del bienestar social.
 Siguiendo a  MAYNTZ son  cinco funciones que se atribuyen al Estado moderno;
1. Reglamentación de las relaciones entre sociedad y entorno (orden externo).
2. Reglamentación de las relaciones entre los miembros del sistema (orden interno).
3. Aseguramiento de la capacidad de acción del sistema político-administrativo, con recursos fiscales y humanos. (Recaudación, milicia,…)
4. Prestaciones de abastecimientos y servicios. (Mercados, energía,…)
5. Conducción del desarrollo social hacia determinados objetivos (crecimiento económico, mejora salud, elevación nivel educativo...)
  Las tres primeras funciones son  caracterizadas por ROSE como actividades definitorias de todo Estado ya que se trata de las condiciones centrales  de la existencia de un Estado, pues todos ellos han cumplido estas tareas en la primera fase de su  existencia y de alguna manera han establecido una organización administrativa a tal fin.
Esta primera forma de Administración Pública responde al término de Ordnungsverwaltung, como organización  ordenadora que desarrolla las tareas fundamentales de seguridad exterior, orden interior y aseguramiento de recursos.
El desarrollo ulterior de la Administración  se caracteriza por la asunción de tareas  comprendidas en las categorías 4 y 5.  En el último siglo ha habido  una evolución desde el énfasis en las tres primeras funciones a poner el énfasis esencial y la mayoría de recursos  en las tareas de prestación de servicios y de dirección y desarrollo social. Ese cambio modificó dramáticamente la distribución de recursos del Estado y sus mismas prioridades en el mundo occidental y más tarde en el resto.  
A cada  modelo de Estado le corresponde uno de  Administración Pública, pero también es axiomático – como ya se defendería en 1911 por  LARNAUDE  y posteriormente por WAGNER –   una inexorable   ley del crecimiento de las funciones del Estado, para indicar que  la historia de la Administración Pública moderna en el mundo civilizado es fruto del crecimiento de los servicios públicos consecuencia del  estado social o que el desarrollo económico de la sociedad conlleva al incremento del gasto público ya que del  nuevo  status  surgirían nuevas necesidades de la actividad pública reguladora y protectora, debido a  factores como el  incremento de la población,  urbanización, uso de nuevas tecnologías  u otras causas adicionales.
Y ahora desde estas leyes, supuestamente si no hay crecimiento económico, la Administración Pública no necesita o podría  crecer porque no se genera ingresos  extraordinarios para su sostenibilidad y, en su virtud,   se postula la deconstrucción (recortes). Entonces  ex Keynes para generar empleo la Administración Pública sustituye al empresario privado, pero para ello debe recurrir al déficit-deuda pública, si puede, o incrementar los impuestos, lo que endurece y desmotiva el emprendeurismo. También cabe que el empleo lo generen los partidos políticos vía nepotismo y  clientelismo, sustituyendo al del crecimiento industrial o nuevos nichos empresariales, pero en este caso los puestos de trabajo no tiene valor añadido, bien por sus funciones (asesores que no asesoran o lo hacen con otros fines no públicos…), bien por el perfil de los agraciados (incapaces para asesorar porque no conocen ni el qué ni el cómo). Esta dinámica, junto al empleo precario, el ladrillazo insostenible  es la que ha contribuido al crecimiento de empleo.
El dilema para la política (electoral y científica)  de hoy es cómo salir de este bucle para  conseguir un bienestar aceptable y universal, desde una economía real que cree verdadero valor añadido o público y además sostenible. Pues parece que lo que estamos manteniendo es a base de crear falsas necesidades y recursos, en una suerte de situación de falsabilidad de los inputs y outputs del sistema social, en al que desde luego no hay por parte de los gestores públicos una conducción del desarrollo social hacia determinados objetivos, porque no se sabe  que significa hoy el  desarrollo colectivo, más  allá de los subidones motivados por los logros científicos, normalmente en el campo de las experimentales.
  Una situación que dejaría absorto a Mendeville y su fábula de abejas, toda vez que eso de la economía sostenible también parece ser otra fábula.  
 (Cfr. MAYNTZ, R. Sociología de la Administración Pública, Tecnos,Madrid,1985; ROSE,R. Understanding Big Government: the Programme Approach, Sage, Londres, 1984.)

 

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