viernes, 25 de octubre de 2013

Pensamiento político y Administración Pública (y 3): ¿Y mañana?

En una obra del 2009  del británico Robert Jessop   titulada ‘El futuro del Estado capitalista’ , se  analiza la  relación entre capitalismo y Estado del Bienestar, con la hipótesis teorética  de que capital y trabajo, como elementos centrales del  capitalismo, no son reproducibles con dosis de estabilidad en  el juego  del mercado, sino que se hace indispensable, , la participación del Estado como proveedor de mecanismos de regulación y gobernanza.
Ante la paulatina desaparición del modelo de Estado Nacional de Bienestar Keynesiano (ENBK) o fordista,    Jessop  sólo ve como único tipo al surgido en el  New Deal norteamericano, al  considerar al salario como impulsor básico de la demanda, lo que explica la necesidad del pleno empleo. Este modelo ha sido progresivamente sustituido por el del Estado Competitivo Schumpeteriano, o Estado Trabajista (Workfare State), definido por una mayor orientación de sus funciones a la competencia internacional, ante el impacto de la globalización y la búsqueda de nuevas vías de acumulación de capital en el nuevo contexto postfordista.
Aquí hemos de recordar que el denominado ‘welfare state/warfare state’, simiente del ENBK, surge en la  distinción del  Arzobispo Temple quien distinguiría en el periodo de la II guerra mundial  entre sociedad del bienestar frente al  malestar del estado de guerra propio del régimen nazi. Esta distinción sería recogida  el informe Bedveridge de 1942 sobre la reorganización de la  seguridad social.  Ya  en 1939 se efectuaría por A. Zimmen una contraposición entre welfare y power state  ara diferenciar las democracias de los totalitarismos. Por lo tanto no puede olvidarse la relación entre WS/ENBK y democracia occidental en el marco económico de una sociedad de mercado.
Así se evolucionará hacia el ‘workfare state’ como  modelo social postkeynesiano, que presupone unas prestaciones sociales condicionadas a la contribución al sistema mediante la prestación del trabajo. No se basa en el principio de solidaridad, sino en el de mérito. Es obvio pues que conlleva un retroceso en los niveles del bienestar social (welfare backlash)  Aquí se refleja la denominada ‘vuelta a la sociedad’, como creación de opinión de que determinadas prestaciones sean devueltas a la sociedad civil ante la sobrecarga pública o la imposibilidad o manifiesta ineficacia o ineficiencia en su provisión pública. Supuesto contrario a la esperanza de Estado, como proceso de trasferencia de la gestión del bienestar desde la familia al Estado. El contribuyente quiere rentabilizar sus aportaciones al sistema y que redunden en outputs de los que pueda beneficiarse directamente.
Seguro que esta nueva lectura del WS tienen muy en cuenta el problema del ‘free rider’, esto es, el  usuario gratuito de un servicio o bien público, a quien se denomina  Polizón o consumidor libre de carga, lo que incluye  a aquellos miembros de un colectivo que amparados en las características de los bienes públicos, se benefician de la producción de los mismos sin contribuir a su financiación. En el concepto se incluyen tanto los que pueden como no contribuir económicamente al sistema por ser impedidos de trabajar (deserving poors), excluidos sociales (underclass), o los trabajadores en condiciones precarias (working poor).
Siguiendo a C.J. Fernández en la recensión del libro de Jessop en el Workfare State el salario ha dejado de ser considerado como impulsor de la demanda,  es más un coste de  producción que incide en la competitividad. En ello el nuevo Estado se fomenta la innovación y el emprendimiento, y dejando de lado la atención a demandas de seguridad y consumo colectivo
 Frente a la idea predominante de que la hegemonía del neoliberalismo ha significado, fundamentalmente, la retirada del Estado, Jessop arguye  que, salvo algunos casos excepcionales, el Estado del Bienestar no se ha replegado de forma significativa. Ha  adoptado  diferentes formas contingentes y multiformes, por mor de la adaptación a la lógica de la globalización, que conlleva una subordinación de la política social a la económica. A esto responde el  Workfare State, obligación de trabajar como respuesta a los recortes  en  prestaciones sociales.
 Aquí nos hemos quedado con la crisis, pues el workfare tampoco ha servido para salvar el WSE, más allá de la imposición de deconstrucción y decrementalismos en las políticas. La praxis y el empirismo de esto últimos tiempos nos dice;
§   que el tipo ideal de Estado  está por implementarse en buena parte de sus bondades teoréticas;
§   que los excesos del Estado total también han dado los resultados perversos conocidos; que  por norma no son los más desfavorecidos quienes más se sirven del Estado (vg. el ‘efecto mateo’ en las políticas sociales);
§   que un  liberalismo incoherente  le viene muy bien que Estado gaste masivamente en aquellas actividades en las que esta inmersos, tengan  o no valor público, contradiciendo radicalmente el espíritu de Adam Smith;
§   que la actividad de fomento del Estado se ha convertido en un corralito de  intereses y de captura de políticas (pork barrell spending);
§   que los que pregonan políticas sociales  y subvenciones al uso, no son quienes en sus organizaciones lo llevan con coherencia; que las consultoras han conseguido una dinámica de ‘Garbage can’ – un problema para una solución – por mor de la venta de paquetes de modernización administrativa ‘one size  fits all’ que poco valor publico han conseguido;
§   que lo público es privado y viceversa se nos impone en función de no sé qué lógicas maniqueas y perturbadoras; y que, en definitiva, el sistema está atrapado por la racionalidad economicista toda vez que la unviersitas termina convirtiéndose en la particularitas.
Y todo esto pasa a pesar de que hay un marco teórico al que acudir, por ello política y religión en esto van de la mano. ¿De la ortodoxia a la heteropraxis, o de la hetedoroxia a la ortopraxis? Para salir de este dilema, en busca de un nuevo mañana, tal vez convenga empezar por volver al significado radical de la economía – Oiko nomos – Que no se diga que no hay ya una buena masa crítica de  voceros y adalides de esto, pero que, tampoco se diga, que esto es tarea de un día, ya que como apuntara C. Lindblom el método   racional comprensivo (raíz) es harto difícil, ante la racionalidad limitada del decisor, por lo que el pragmatismo ha impuesto el de comparaciones limitadas sucesivas (rama).

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