lunes, 26 de diciembre de 2011

La Tribulación democrática: el abuso del poder

El poder corrompe y si es absoluto, absolutamente, le decía Lord Acton al Obispo Creighton, en 1887, en la mis fecha en la que Woodrow Wilson en el estudios sobre la Administración decía, importando ideas europeas que debe haber una Ciencia de la Administración, que tratará de enderezar el camino del gobierno, para fortalecer y purificar su organización, y para coronar sus deberes con obediencia. Esta es una razón por qué hay una ciencia.
Más allá del origen escatológico en la literatura bíblica , entre los sucesos históricos a los que se hace mención a la ‘Gran tribulación’ de la humanidad ,se encuentran; La peste negra en el siglo XIV que mató a 25 millones de muertos sólo en Europa; La Revolución Rusa, en la cual hubo cerca de 7 millones de muertos; La Primera Guerra Mundial, en la cual hubo 8 millones de muertos y 6 millones de inválidos y La Segunda Guerra Mundial, en la cual murieron 60 millones de personas.
Lejos de ponernos en dinámicas milenarias o apocalípticas parece que la era postmoderna, de la modernidad liquida o como quiera que se le defina es, democráticamente merecedora de una tribulación, no la mayor de ellas, pero sí preocupante, visto el origen de las tres últimas tribulaciones.
Es merecedor de preocupación y alarma porque desde los ’70 hemos crecido económicamente y científicamente, pero en términos sociales y democráticos más bien ha habido un retroceso. Doctores tiene cada Iglesia pero no ha sido un periodo de grandes pensadores y creadores en lo que a las ciencias sociales se refiere, dicho sea esto con los máximos respetos a nuestros contemporáneos. Parece que intencionadamente ha habido un retroceso a paradigmas que se mostraban ya superados y que podían englobarse en el pensamiento único, cuando lo lógico en la historia política es avanzar en las ideas y propuestas de convivencia.
La democracia necesita, en lo mediato de nuevas construcciones teóricas y en lo urgente de una nueva arquitectura institucional que vuelva poner a los mejores en los puestos más delicados y como mínimo a hacer una realidad ineludible la separación de poderes y respeto a la separación entre lo político y lo técnico.
Hasta que nuevas generaciones de políticos actúen ética e institucionalmente mirando a la ciudadanía, hay que invertir el orden de que el político decide y el técnico ejecuta. Ahora, por el momento, el político debe obedecer a los dictados de la ciencia y de la técnica. Significa redefinir la dinámica habitual conforme a los patrones de las políticas constitutivas que fijadas en los textos constitucionales. Quiere decirse que será elegido profesor universitario el que mejor aptitudes tenga, y no el más fiel al señor feudal. Será culpable el que así lo decida técnicamente el poder judicial, y no la prensa mediática o el corifeo de amiguetes o estómagos agradecidos. Será viable el proyecto urbanístico que presupuestariamente o ambientalmente sea sostenible. Será oportuna la reforma administrativa que se ajuste a nuestra contingencia y no aquella que a pesar de su desacople, se imponga por la consultaría del amiguete de turno. Ética y Derecho deben ser los nutrientes inexorables e ineludibles de la redefinición de la arquitectura institucional
La gran tribulación democrática es que tengamos que volver al catequesis de Montesquieau, Bonnin, o Weber cuando estos debería estar, sobradamente superados por un nuevo pensamiento más humano, más social y más democrático o mejor dicho, mejor que esta mismo, al menos en la concepción de Churchill de ser el modelo de gobernabilidad menos malo, de los hasta ahora conocidos. Si la Administración Pública no sire para todo esto, sino para repartir poder y demás perversiones y disfuncionalidades, habrá que repensar si hoy puede predicarse aquello de Von Stein importado de Hegel de que la justicia y la libertad está en el Estado y no en la sociedad.

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