jueves, 28 de julio de 2011

Sacrificios espúrios: bienes internos y externos

Algunos recordaran una película titulada Monseñor cuyo actor (Cristopher Reeve-Superman) era un meritorio y sacrificado presbítero que había hecho de todo por la Iglesia católica. Uno se plantea que tal vez todo esos sacrificios no sirvan más que a los intereses personales o mundanos o sean consecuencia de interpretaciones erráticas sobre el deber ser.

Sirva este ejemplo para mutatis mutandi ver que en los gestores públicos, como también sucede en otras actividades supuestamente no primordialmente lucrativas, hay mucho de esta insana equivocación. Siguiendo a Alasdair MacIntyre, parece que hay mucha confusión entre lo que se denominan bienes internos o primarios y bienes externos, o secundarios. Los primeros son los intrínsecos a la actividad concreta (justicia, curar, informar,…) y que satisface por sí misma bien sea vocación o imposición. Los secundarios serían aquellos que asimismo se consiguen con dicha actividad, pero que son más generales o comunes a otras actividades (prestigio, dinero, conocimiento, poder,información…).
Si los bienes primarios de la Política/Gestión Pública giran en torno al interés general en aras del progreso colectivo, cualquier sacrificio, inmolación de un gestor, deviene en espúria. Si un Juez se ocupa de que su juzgado sea el más limpio y de que sus funcionarios sean los que más ganan o cualquier otra frivolidad, pero no se juzga con equidad a los justiciables, dudo que ese Juez pase a la posteridad como el Honorable Juez Mr. Marchall. De la misma manera si un político utiliza los ingresos públicos y demás instrumentos de la acción de gobierno para favorecer intereses de partido, de sus correligionarios, de su red de sustento o como mecanismo de poder y no atiende a las reglas del buen gobierno haciendo políticas útiles para la ciudadanía.
Por lo tanto todo sacrificio invertido para el partido, grupo, secta o lo que sea, deberá en su caso ser apreciado por sus destinatarios. La ciudadanía, reconocerá la honorabilidad, o ésta en grado superlativo, cuando realmente haya habido un notable sacrifico por la sociedad destinataria de la acción política.
Para sacrificios y otros méritos me quedo con Agustina de Aragón, Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta, o el capitán Shackleton, y como no, con aquellos servidores públicos que se la juegan, al menos, de vez en cuando, por la comunidad.
Podrá comprenderse que si un político se queda hasta altas horas de la noche, sacrificando horas de descanso, como ciudadano solo lo apreciaré si lo hace en aras de solucionar un problema público. Me queda lejos, y hasta lo desprecio abundantemente, si gasta su tiempo y los recursos públicos de todo tipo en maquinar contra el enemigo político, institucional o más aun en contra, incluso de sus correligionarios de grupo o colegas de gobierno.
Sé de sobra que todo esto no es nuevo en el mundo, sé que no es de ahora, aunque sea fruta del tiempo y sé de los miedos y miserias humanas individuales y colectivas. Pero también sé o quisiera creer que esta dinámica no debería darse por quienes se llenan la boca hablando de la democracia y de la legitimación de los votos, porque la mayoría no vota para que se produzcan sacrificios inútiles para el hombre común. Menos todavía de quienes se llenan la boca hablando de lo divino.
Será que los políticos no están bien asesorados o quizás mi casa no sea tan particular, y lo único que resta es institucionalizar los bienes secundarios para los sacrificios tengan su reconocimiento social.
Pero si quisiéramos optar por revitalizar los bienes primarios, sugeriría de entrada, por su antigüedad, leer con detenimiento el Libro de la Sabiduría y el Eclesiastés.

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